Aunque cada vez existen más controles sanitarios, es necesario que, si deseamos realizarnos cualquier tipo de retoque o cirugía estética nos pongamos en manos de profesionales cualificados y reputados.
Inyectarnos bótox, realizarnos un aumento de pecho o quitarnos unas arrugas no es lo mismo que comprarnos un perfume o teñirnos el pelo. Se trata de una operación que conlleva una serie de riesgos, y es que aunque no nos anestesien por completo o simplemente nos inyecten una pequeña cantidad de colágeno, nuestro cuerpo puede reaccionar de manera negativa y ocasionarnos secuelas para toda la vida.
Un claro caso del peligro que comporta una mala cirugía estética es la reciente muerte de la actriz Sandra Brand, quien acudió a una clínica para reafirmar sus glúteos y terminó muriendo a causa de una mala práctica. Y es que un simple pinchazo con una sustancia aún desconocida provocó que ésta disparara pequeños proyectiles hacia los pulmones y se taparan los vasos sanguíneos, desencadenando un tromboembolismo pulmonar que terminó con la vida de la joven de 30 años.
Es triste tener que recurrir a ejemplos tan trágicos pero hay que tomar conciencia de que en un quirófano, todos somos vulnerables, hayamos pagado una fortuna o una tarifa aceptable.
El paso de la edad debería significar una alegría para todos, y celebrar que seguimos disfrutando de la vida y de las oportunidades que nos brinda. Es cierto que una pequeña ayuda estética puede ayudarnos a mejorar en autoestima, pero hay que saber ponerse límites y distinguir entre lo que puede ser una pequeña inyección a nuestra felicidad o una idea descabellada.
La cirugía estética, si está bien aplicada, puede ayudar a muchas personas con problemas físicos o de salud (gracias a ella mujeres a las que les han tenido que quitar un pecho pueden volver a tener mamas aunque sean artificiales), pero siempre hay que tener en cuenta todos los riesgos que conlleva, y estudiar con detenimiento qué, cómo y dónde nos vamos a tratar.